Leo había desarrollado una nueva habilidad. Ahora tenía la capacidad de llorar mientras conducía. Obviamente, no lo hacía muy a menudo y solo en trayectos cortos, pero lo hacía. No era un asunto premeditado, simplemente salía solo. Solo y sin preaviso. Quizá fuera por el hecho de que ese era el único momento en el que ella estaba en soledad. Siempre se encontraba en presencia de otras personas, menos cuando conducía. Y entonces el ritual espontáneo era inevitable. Daba igual la canción que sonara, daba igual quien hablara en la radio, daba igual en qué pensara, daba igual a quién añorara. Leo conducía, como si no pasara nada y en un momento dado, sin saber muy bien qué momento, Leo empezaba a suspirar profundamente, su labio inferior (notablemente menos perfecto que su labio superior) comenzaba a moverse desesperadamente hacia arriba y hacia abajo, luego venían las lágrimas para acabar llorando de la manera más escandalosa y dramática posible. Este hecho solo duraba unos segundos, ni siquiera una canción completa. Leo podía llorar mientras conducía durante treinta segundos y continuar con su ruta como si nada hubiera sucedido.
Pero a veces Leo se sentía tan a gusto en su soledad, en su momento de catarsis que no podía resistirse y pasaba la mayor parte del trayecto llorando. Lloraba desconsolada, escandalosa y desesperadamente con la única preocupación de que su maquillaje se mantuviera intacto para poder seguir con su secreto.

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