Leo tenía un horrible, horribilísimo, despertador. Ella no se despertaba con una melodía odiosa de su teléfono móvil, ni lo hacía con una canción elegida por ella para su teléfono móvil de esas que acabas odiando porque al fin y al cabo es tu despertador, ni siquiera lo hacía con uno de esos despertadores antiguos cuya lógica era golpear con algo metálico dos medias esferas también de metal.
Leo llevaba un poco más de un mes soñando con un chico, todas las noches, sin excepción. Y no solo eso, sino que soñaba con él allá donde durmiera, ya fuera en el sofá echada la siesta o en el autobús de vuelta a casa después de un largo día. Ella dormía plácidamente hasta que en un momento dado, soñaba con él. Fuera lo que fuera, la temática daba igual. No importaba si era una cosa absurda o un sueño de lo más romántico, o si quizá simplemente vehía su preciosa cara. La cuestión es que llegado el momento, Leo le veía y seguidamente su pulso se aceleraba, su corazón comenzaba a latir con fuerza, su respiración se volvía sonora, sus pies se tornaban fríos como el hielo, sus ojos enfocaban aun cerrados y su estómago se removía sin piedad. Leo ya no era capaz de volver a conciliar el sueño. Después de eso solo era capaz de verle. Miles de imágenes de él rondaban por su cabeza y su memoria acompañadas de una leve melodía que ella no controlaba y que siempre repetía a modo de leitmotiv.  Y eso le llevaba pasando desde hacía más de un mes todos los días sin excepción alguna. Y eso hacía que ella no quisiera dormir.

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