Leo sabía que eso no eran más que patrañas. Tenía muy claro que esas convenciones sociales habían sido tomadas del género cinematográfico de la comedia romántica. Era todo una mentira, a la gente de verdad no le suceden esas cosas. La sudoración de manos, mentira. Las mariposas en el estómago, mentira. El temblor de rodillas, mentira. El sonido de campanitas en los oídos, mentira. El escalofrío recorriendo la espalda, mentira. El nudo en la boca del estómago, mentira. Eso no eran más que tonterías.
Leo sabía que estaba enamorada de verdad cuando tenía ganas de ir al baño. Le pasaba desde siempre. La clave para saber que se había enamorado de alguien era cuando, al hablar con el susodicho, su flora intestinal se ponía a trabajar y tenía que salir corriendo a evacuar. Era un hecho. Era algo ipso facto, automático, mecánico. Siempre que hablaba con su enamorado ya fuera a la cara, por teléfono o, incluso por chat, su estómago decía "Leo, te cagas" como sinónimo de "Leo, te has enamorado". Entonces ella se inventaba una excusa para abandonar muy digna el lugar y evacuar su amor a través de su esfínter.

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