Leo estaba tan triste que dejó de hacer cosas. Todo comenzó cuando abandonó por completo la lectura. Ya no leía ni libros ni revistas, como tampoco iba al cine ni veía series ni escuchaba música. Pero eso no le preocupaba. Al poco tiempo, Leo empezó a sentir muchísima pereza por el resto de cosas. El siguiente paso fue dejar de peinarse. Nunca le ha gustado su pelo, eso está claro, pero ahora no se identificaba con él. Ni largo, ni corto, ni peinado, ni nada. Cuando se levantaba de la cama recogía todo su pelo con las manos y lo sujetaba con una goma haciendo un moño. Lo que aguantase. Hasta la hora de irse a la cama.
Leo nunca salía de casa sin pintarse la raya del ojo, ahora eso resultaba una ardua tarea cuyo sentido no era capaz de encontrar. Al principio no sucedió nada pues, al pintársela todos los días, un rastro negro quedaba siempre en su mirada. Sin embargo, al poco tiempo esa sombra desapareció y su cara quedó lavada. El siguiente paso fue la ducha. ¿Para qué? ¿Para no salir de casa? En pijama y sin duchar, esa era la norma. Tal era así que la consecuencia inmediata era usar siempre la misma ropa con la misma excusa ¿para qué? De clase al sofá del sofá a clase. Cualquier cosa valía ya que nada le gustaba.
Esto no era un proceso recapacitado, simplemente le pasaba. No había decidido dejar de lavarse los dientes ni tampoco depilarse. Era tan solo una cuestión de ganas. De ganas y de memoria. Tantas veces salía a la calle y una vez fuera recordaba que no se había metido en la ducha desde hacía días. Tantas veces se metía en la cama y caía en la cuenta de que no había cenado. Tantas veces llegaba la hora de la comida sin haber desayunado.
Cuando Leo se dio cuenta de que ya nunca hacía nada y que eso en realidad la consumiría, hizo todo lo posible por volver a encontrar la inspiración. Quería volver a sentir ganas de hacer cosas. Quería volver a sentir que lo que hacía servía para algo. Por ello, se obligaba a hacer todas esas cosas que más le gustaban. Se pasaba todo el día comiendo dulces, viendo fotos de cosas bonitas y cantando. Todo lo que siempre le animaba. Pero nada le saciaba. Por mucho que cantara y por mucho que comiera, no sentía placer con nada de ello. Pronto estas cosas se le presentaban como obligación y pronto comenzó a sentir hastío con ellas. Por todo ello, Leo dejó también de hacer esas cosas.

1 comentario:

Nuria Luis dijo...

Suele decirse que una de las mejores inspiraciones para escribir es hacerlo sobre uno mismo y desnudarse un poco en el texto. Solo espero que no sea un espejo fidedigno este relato;), que por cierto, está muy bien elaborado.

un saludo lookbookera;)