Leo era inaccesible. La veía prácticamente todos los días, íbamos a la misma universidad y vivíamos en el mismo edificio. Desde la ventana de mi cocina se veía la de su habitación a través de un patio interior. Yo me quedaba horas mirándola, cuando pintaba, cuando cantaba, cuando veía series tumbada en la cama, cuando leía, cuando se cambiaba de ropa e, incluso, cuando se masturbaba.
Nunca fui capaz de hablar con ella. Siempre iba tan seria, tan callada que era imposible romper el muro que la separaba de ti. Me imponía mucho su presencia, con esa ropa tan elegante, cargada siempre de trastos, sentada en cualquier parte con un libro en su regazo. Siempre sola, o casi siempre. Desde mi cocina veía pasar miles de personas a su habitación, pasaban una noche con ella y se iban. A veces se quedaban a comer, a veces se quedaban un fin de semana entero, a veces ni dormían allí. Daba igual quién fuera, chicos, chicas, hombres mayores, alguna adolescente que otra, artistas, deportistas, monitoras de gimnasio, escultores, músicos, directores de cine y actores, gente normal, gente rara y yonkis. Siempre una cara nueva, siempre un cuerpo nuevo en su cama.
A veces las personas repetían, a veces se repetían varias personas a la vez. Leo se enamoró de aquel chico pelirojo de la universidad. Estuvo mucho tiempo con él, les perdí la pista cuando Leo dejó el piso. Lo que no sé es si el chico sabrá que al mismo tiempo que con él, Leo se veía con otras personas. 
¿Que si estaba enamorado de ella? Creo que no, era más bien una obsesión. Estudiábamos juntos, vivíamos en el mismo edificio, íbamos a los mismos bares, a los mismos museos, veíamos las mismas películas y los mismos conciertos. Mi vida se centraba en Leo, allí donde estuviera Leo, estaba yo. Analicé todos sus movimientos, la conocía perfectamente, aunque nunca hablara con ella. No podía pensar en otra cosa, solo quería que se fijara en mí, que nos besáramos. Me veía a mí mismo, desde mi cocina, entrando en su habitación, quitándole la ropa y diciéndole que la amaba. Pero sé que no la amaba. La impotencia de estar con ella era suficiente para desearla más.
¿Que por qué era imposible estar con ella? Solo había que mirarla, tan grande, tan elegante, tan seria siempre, con esa cara de perro. Nunca la veías hablar con nadie, no tenía amigas, siempre iba sola a todas partes. Existía un muro de hielo inquebrantable, nadie podía traspasarlo. No sé cómo toda esa gente pudo ligar con ella.
¿Qué le diría si la viera ahora mismo? Ahora que han pasado los años le diría que fui yo quien le regaló esa camiseta de The Smiths que tanto se ponía, que fui yo quien dejó en su buzón el paquete. La oía escuchar ese grupo siempre que estaba sola, sabía que le gustaría. 

Óscar, compañero del último año de universidad de Leo y vecino. 

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